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domingo, 31 de mayo de 2015
HEROÍNAS ANÓNIMAS
La práctica de
la medicina nos demuestra que no existen enfermedades sino enfermos, pues la manera
de enfermar de una persona, manteniendo algunos síntomas comunes, siempre
conserva unos matices individuales condicionados por circunstancias personales,
geográficas, genéticas, laborales y familiares, que determinan que la dinámica,
evolución y pronóstico sean muy diferentes en cada una de ellas. También se contempla que cuando una persona
enferma de cierta entidad, toda la familia enferma, y esta verdad se hace
evidente en las drogodependencias, por eso la presencia, implicación y
participación de la familia en los tratamientos
es importante y necesaria; las escuelas de padres se imponen como factor
terapéutico, aunque realmente la figura que buscamos con especial interés es la
madre, ¿por qué?
Desde que iniciamos el primer programa
de metadona (1978) en el antiguo Hospital
Noble, tenemos argumentos acumulados para afirmar que las madres son las que
verdaderamente padecen y sufren las drogas y que son singulares terapeutas en
el proceso de su curación. En principio, son incentivadoras viscerales de
ilusión y esperanzas que son eficaces y eficiente fármacos, pues en la
enfermedad de la droga, triunfar consiste en ir superando fracasos sin perder
el entusiasmo, y ellas, queriendo fervientemente salvar a sus hijos, lo hacen
también con la familia. Son inmunes al
desaliento, persistentes, sufridas; lo aguantan todo, lo soportan todo, lo
perdonan todo y, a pesar de saberse engañadas, siguen adelante dando ánimos y
alentando contra toda desesperanza. Nos enseñan que el amor es un movimiento
interno que transforma en valiente a toda persona, y de manera especial allí
donde se encuentra la falta, encuentra el remedio; evitando errores, limitan fracasos. Practican de forma magistral el
arte de comprender, entender y ayudar, y por eso se encuentran ávidas de las informaciones de los profesionales y aunque el silencio madura la espera, el amor no
soporta el silencio, y por eso se liberan de complejos y vergüenzas, y preguntan,
preguntan y preguntan, y nos hacen reflexionar sobre aspectos técnicamente importantes que apenas habíamos valorado.
Es
iluminador para los profesionales conocer a estas madres, pues nos descubren
dimensiones del pensamiento en que el concepto de imposible lo tienen muy
discernido y nos enseñan que esa palabra representan los límites que nosotros
mismo le ponemos a nuestras potencialidades mentales; son las neurociencias las
que informan de esta gran verdad que nos estimulan para activar nuestros
recursos cerebrales, que hasta ahora se presentan sin fronteras. Su pasión por
ayudar su hijo, consolidan una actitud permanente de construir y haciendo
posible todo lo posible, empañan, con intensidad, el cristal con el que se ve
lo imposible.
Creer
en algo es trabajar para crear las condiciones idóneas para que pueda hacerse
realidad aquello en lo que creemos: ellas creen firmemente que sus hijos se van
a curar, y esto es una convicción que la transmite a los que la rodean e
hipotecando las dudas, que en muchas ocasiones frenan a los profesionales, nos
hacen despertar y salir de una indiferencia provocada por las recaídas frecuentes
de estos enfermos. No es difícil conseguir que una persona deje el consumo de
una droga; el verdadero problema es mantenerlo en la abstinencia y recuperar
afectos, emociones y sentimientos, y estos objetivos son lo que de manera
prioritaria alcanzan las madres como auténticas protagonistas de la historia,
pues llorando, buscan la esperanza en su
dolor y consiguen con la bondad, que siempre es superior a la inteligencia, lo
que las técnicas, terapias o medicamentos no logran alcanzar, porque sigue de
actualidad que donde no llega la ciencia, llega el corazón.
Expreso en este artículo mi devoción, respeto, cariño y
agradecimiento a todas las madres, heroínas anónimas, que en múltiples
ocasiones, al mostrarme su amor, me han iluminado y fortalecido, alejando
desalientos, cansancios, sombras y oscuridades. De manera muy particular han
sido las culpables que me han facilitado encontrar un sentido a la vida, que
es también el objetivo principal que intento alcanzar en los abordajes
terapéuticos con estos enfermos: trabajar para que ellos consigan las
respuestas que le orienten en la dirección que le quieren dar a sus vidas, pues
sabiendo hacia dónde van, todos los vientos le serán favorables.
No
es accidental que al mes de Mayo se le asocie a la explosión de vida, alegría,
energía y luz, y que se identifique secularmente con la figura de la madre. Y
es que sin madres, el mundo no existiría o no merecería la pena que existiera.
José Rosado Ruiz. Médico
acreditado en adicciones.
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