lunes, 14 de mayo de 2012

Las gotas de aceite

Cierto mercader envió a su hijo a aprender el secreto de la felicidad con el más sabio de todos los hombres. El muchacho caminaba por el desierto durante cuarenta días, hasta llegar a un hermoso castillo, en lo alto de una montaña. Allí vivía el sabio que el muchacho estaba buscando.
En lugar de encontrar un hombre santo, sin embargo, nuestro héroe entró en una habitación y vi una gran cantidad de actividad, los comerciantes que iban y venían, gente charlando en las esquinas, una pequeña orquesta tocando suaves melodías, y había una mesa repleta de los más exquisitos platos que región del mundo.
El sabio conversaba con todos, y el muchacho tuvo que esperar dos horas para obtener su turno para ser atendidos.
Con gran paciencia, escuchó atentamente el motivo de la visita del niño, pero le dijo que en ese momento no tenía tiempo para explicar el secreto de la felicidad.
Sugirió que el niño dé un paseo por su palacio y volver en dos horas.
- Sin embargo, quiero pedirte un favor - añadió, entregándole al muchacho una cucharita, dejó caer dos gotas de aceite. - Mientras caminas, lleva esta cucharita sin dejar que el derrame de petróleo.
El muchacho comenzó a subir y bajar las escaleras del palacio, manteniendo los ojos fijos en la cuchara. Al final de dos horas, volvió a la salvia.
- Entonces - preguntó el sabio - ¿has visto los tapices persas que hay en mi comedor? Vio el jardín que los Jardineros Maestros tardó diez años en crear? Fíjese en los bellos pergaminos de mi biblioteca?
El muchacho se sintió avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación era no derramar el aceite que el Sabio le había confiado.
- Por lo tanto, volver atrás y ver las maravillas de mi mundo - dijo el Sabio. - Usted no puede confiar en un hombre no conoce a su casa.
Tener más relajado, el joven tomó la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez la observación de todas las obras de arte que colgaban del techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas alrededor, la delicadeza de las flores, el sabor con el que se colocó cada obra de arte en su lugar. Volver al sabio, le relató en detalle todo lo que había visto.
- ¿Pero dónde están las gotas de aceite que os he confiado? - Preguntó el sabio.
En cuanto a la cuchara, el muchacho se dio cuenta de que se había derramado.
- Porque este es el único consejo que puedo darte - dijo el sabio de los sabios. - El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, y sin olvidar nunca las dos gotas de aceite en la cuchara. 
 Paulo Coelho "El Alquimista"

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